Las vacaciones de verano son, para muchas personas, una ventana para abrirse a nuevas experiencia. Hay quienes optan por conocer otras gentes y lugares, quienes se decantan por un turismo más castizo y de cariz generalmente gastronómico, quienes buscan la playa a toda costa… y luego está ese tipo de personas que desea, ante todo, unas vacaciones activas.
Lo bueno del Camino de Santiago es que se pueden conjugar todos esos factores (incluso la playa, para los caminantes que escojan el Camino del Norte): puedes conocer a viajeros de todo el globo y compartir conversaciones en los idiomas que manejes; probarás los mejores manjares culinarios de Castilla, Galicia y otras regiones, dependiendo de tu punto de partida; y, sobre todo, disfrutarás cada día de una buena caminata de más de veinte kilómetros.
Esto, por supuesto, es algo muy saludable, pero también puede acarrear sus consecuencias, y los viajeros deben proveerse bien para evitar percances que den al traste con sus mejores expectativas. ¿Y cuál es el mejor lugar para equipar el botiquín del caminante? ¡Exacto! La farmacia.
¿Qué tipo de situaciones pueden lastrar los pasos de un caminante? Los más novatos en estas lides pueden verse sorprendidos por algunas de estos inconvenientes, por eso un buen consejo del farmacéutico puede ahorrarle algún que otro disgusto.
En primer lugar, es importantísimo el calzado. Evidentemente, la botica no es lugar para vestir los pies, pero sí puede ayudar a personas con fascitis plantar u otros dolores similares ofreciéndole unas buenas plantillas para amortiguar las pisadas y reducir el impacto y, por tanto, la molestia.
Una sorpresa desagradable suele sorprender a los peregrinos desprevenidos en su primera etapa por el constante roce de la ropa sobre su piel. Ese contacto intermitente, repetido a cada paso y durante horas termina, termina habitualmente por producir unas incómodas rozaduras en las ingles con el consecuente escozor. Lo ideal, por supuesto, es vestir ropa cómoda y que evite esta situación, pero la farmacia también puede ayudar al caminante anivel preventivo, con vaselina o talco para reducir la rozadura; o a nivel paliativo, con pomadas destinadas a mitigar estas dolencias.
Por supuesto, ¡cómo olvidarnos de las temidas ampollas! Siempre existirá el viejo método de calentar una aguja, mojarla en alcohol y atravesar la ampolla tras enhebrarla en un hilo empapado en antiséptico para que absorba bien el líquido. Pero las farmacias, una vez más, pueden ser el santuario del peregrino para evitar su aparición con apósitos específicos. Apósitos y tiritas que, por otro lado, también pueden ser utilizados para evitar los roces en el talón en caso de estrenar botas.
El sol pega fuerte en verano, y más en un camino que durante muchos kilómetros no ofrece ninguna sombra a los viajeros. Por tanto, usar la protección solar adecuada será una de nuestras principales responsabilidades, sobre todo los primeros días.
Por supuesto, otros indispensables del botiquín serán los clásicos antisépticos, los ya mencionados aguja e hilo, cremas para picaduras… y, como aporte energético para esos momentos en que las piernas flaquean y prevenir pájaras, no está de más incluir unas ampollas de GlucoSport.
Con esto queda claro que la farmacia será un lugar de visita obligado para el peregrino, y que el farmacéutico comunitario puede convertirse en un gran aliado para ayudar a que su camino sea lo más placentero posible y, ante todo, a que lo haga con una sonrisa dibujada en el rostro.
Y es que, como bien recitaba Machado, Caminante no hay camino, se hace camino al andar.